Leamos sobre un profundo drama familiar. Uno para el que nadie cree que haya solución, y que hace despertar sentimientos de tristeza, duelo y búsqueda de culpables: la muerte de un ser querido. Pero llega Jesús, el especialista en casos imposibles… veámos en Juan 11:17 que sucede cuando Él interrumpe una historia:
Cuando Jesús llegó a Betania, le dijeron que Lázaro ya llevaba cuatro días en la tumba. Betania quedaba solo a unos pocos kilómetros de Jerusalén, y mucha gente se había acercado para consolar a Marta y a María por la pérdida de su hermano. Cuando Marta se enteró de que Jesús estaba por llegar, salió a su encuentro, pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto; pero aun ahora, yo sé que Dios te dará todo lo que pidas. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”
—Es cierto —respondió Marta—, resucitará cuando resuciten todos, en el día final.
Jesús le dijo:
—“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto. Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá…”
Ahora, veámos que está sucediendo. Lázaro, amigo de Jesús, había fallecido ya hace cuatro días, luego de los cuales llegó Jesús. Sus hermanas Marta y María, desconsoladas sabían que no había nada que hacer, y al ver al Maestro le abordaron: “¡Señor!, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pero, ¿quiere esto decir que Jesús podía haber llegado y sanar a Lázaro antes que falleciera? ¡Si! Pareciera que Jesús necesitaba que la muerte de su amigo fuera inminente y evidente. Después de cuatro días de muerte no existe un poder humano que haga volver a la vida a un ser querido. Fue tan impactante la escena para Jesús, que encontramos ésta única referencia en el v.35: “Entonces Jesús lloró”. Sin embargo, allí estaba el Maestro, quien siempre llega a la hora perfecta, el Todopoderoso y la sustancia misma de Dios…
Pero vamos un poco antes, leámos al inicio del capítulo Juan 11 que había preparado el Maestro:
Un hombre llamado Lázaro estaba enfermo. Vivía en Betania con sus hermanas María y Marta. María era la misma mujer que tiempo después derramó el perfume costoso sobre los pies del Señor y los secó con su cabello. Su hermano, Lázaro, estaba enfermo. Así que las dos hermanas le enviaron un mensaje a Jesús que decía: “Señor, tu querido amigo está muy enfermo”.
Cuando Jesús oyó la noticia, dijo: “La enfermedad de Lázaro no acabará en muerte. Al contrario, sucedió para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios reciba gloria como resultado”. Aunque Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro, se quedó donde estaba dos días más. Pasado ese tiempo, les dijo a sus discípulos:
—Volvamos a Judea
… les dijo claramente: —Lázaro está muerto. Y, por el bien de ustedes, me alegro de no haber estado allí, porque ahora ustedes van a creer de verdad. Vamos a verlo.
¡Jesús a propósito se demoró en ir! Él sabía que era importante que Lázaro muriera para poderlo resucitar a la vista de todos, y así, todos creyeran que Jesús era el Mesías prometido. Hacer esto era mayúsculo en medio de Israel, un milagro tan grande y evidente que de seguro pondría en riesgo hasta su propia vida. Juan 15:13 dice: “No hay amor más grande que el dar la vida por los amigos”… y tu y yo, vamos, somos sus amigos. El milagro despertaría el odio feroz que se estaba incubando en los fariseos y los principales sacerdotes de ese tiempo. ¿Cómo es posible que este blasfemo haga semejantes cosas? ¡Debe morir!, debieron pensar estos ilustres personajes. Pero nuestro amado Jesús estaba dispuesto a darlo todo por sus amigos, incluso su propia vida, veamos:
(v. 38-44) Jesús todavía estaba enojado cuando llegó a la tumba, una cueva con una piedra que tapaba la entrada. «Corran la piedra a un lado», les dijo Jesús.
Entonces Marta, la hermana del muerto, protestó:
—Señor, hace cuatro días que murió. Debe haber un olor espantoso.
Jesús respondió:
—¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?
Así que corrieron la piedra a un lado. Entonces Jesús miró al cielo y dijo: «Padre, gracias por haberme oído. Tú siempre me oyes, pero lo dije en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste». Entonces Jesús gritó: «¡Lázaro, sal de ahí!». Y el muerto salió de la tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo: «¡Quítenle las vendas y déjenlo ir!».
“¡Que maravilloso! ¡Mi hermano está vivo!” Se podría leer en los ojos de Marta, y tal como ella, a veces somos los primeros en no creer en el poder de Jesús, sea por incredulidad o porque ya nos es tan familiar, que simplemente perdemos de vista que a través de El fueron hechas todas las cosas (Juan 1:3), nada le debe ser imposible. Esto nos enseña a nuestro corazón:
· Jesús nos grita como a Lázaro: ¡sal de ahí! Si nos sentimos como muertos, que no podemos más, el grito de Jesús nos llama a la vida, pero somos nosotros los que tendremos que salir y movernos hacia afuera al escuchar su llamado.
· ¡Jesús nos llama por nuestro propio nombre a ser parte de su redil y ser salvos! ¡El Señor te está llamando en este momento!
Si has leído este pasaje y sientes aquella voz que está llamando por tu nombre, ¡debes salir! Ora con nosotros y vuelve a la vida: “Señor, hasta este momento reconozco que he vivido una vida lejos de ti, he pecado y seguro te habré ofendido tantas veces, pero ahora puedo escuchar tu dulce voz que me llama, y quiero decirte que acepto el regalo de la vida que me das, que te acepto como mi Señor y Salvador, mi refugio y protector, en quien confiaré en el día de mi angustia y debilidad. Te entrego todo lo que soy, y me alegra muchísimo el saber que en adelante, mi nombre estará escrito en tu precioso libro. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario