- Lectura: Lucas 15:8-10
Jesús solía usar parábolas porque estas eran ejemplos claros de la cotidianidad del pueblo de Israel, y de esta forma ellos podrían comprender mejor sus enseñanzas espirituales.
La parábola de la moneda perdida nos habla de la diligencia del Señor por buscar a cada uno de los perdidos. Así como la mujer enciende una lámpara y barre su casa incansablemente hasta encontrar su moneda de plata (en esos tiempos un dracma romano representaba el salario de un día), de igual forma, para Dios todos somos muy valiosos. Por tal motivo, Jesús quería que tanto los líderes religiosos de Israel como las personas que lo seguían, dimensionaran el gran amor de Dios por nosotros, su creación.
¿Acaso si cada uno de nosotros perdiéramos algún objeto de valor no lo buscaríamos? ¿No haríamos esfuerzos por recuperarlo? Mediten en estas preguntas.
Los pisos de las casas de aquella época eran rocosos, por lo cual, es normal llegar a pensar que la moneda extraviada estaba sucia, pero aún así esta no perdería su valor. Nosotros somos seres humanos que nos equivocamos fácilmente, pero Dios nos está diciendo en su Palabra que el pecado no cambia nuestra identidad de hijos, que nuestra condición de pecadores no nos hace perder valor, seguimos siendo de gran valor y estima para ÉL. Jesucristo dio su vida por todos nosotros porque somos amados profundamente por el Padre (Juan 3:16):
Lucas 19:10 “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Finalmente, cuando la mujer da la noticia a sus amigos y vecinos de haber encontrado su moneda, nos dice que Dios se alegra con sus ángeles cuando nos arrepentimos, es decir, cuando nos reconciliamos con ÉL.
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